José Manuel Aguilar, psicólogo forense: «Los hijos no son propiedad de nadie»

Sienta cada día en su consulta a seres golpeados por la extenuante batalla de las separaciones. Y en este enconado conflicto es un reputado especialista

Fue el primero, en 2004, en escribir un libro en español sobre la manipulación de los niños en el proceso de separación de los padres. La obra se tituló «Síndrome de Alienación Parental (SAP)» , en tu terminología médica, y categorizó el tsunami de conflictos familiares que hoy ya son el pan nuestro de cada día. Los hijos, asegura el psicólogo forense, se han convertido en arma arrojadiza de una guerra que no es la suya. Con este trabajo, y otros más que le siguieron, José Manuel Aguilar puso el dedo en la llaga de una de las plagas de nuestro tiempo. Veamos.

-En la guerra de las parejas, ¿los niños son los primeros rehenes?

-Sin ninguna duda. Ahora bien: está habiendo un cambio cultural. Tengo la alegría de que parejas de menos de 30 años vienen a mi consulta y me dicen: «Nos vamos a divorciar. ¿Cómo nos organizamos?».

-Primer mandamiento para quitar a los niños del campo de batalla.

-Los niños no son de nadie. Son seres humanos independientes de ellos. Necesitan a papá y a mamá. Y si ya no somos pareja, siempre seremos familia.

Hijo de jiennense, nació en Madrid en 1968. A los 18 años decidió ser andaluz, dice jocosamente, porque los andaluces «nacemos donde nos da la gana». De Andalucía le deslumbró su luz. Y, un poco por azar, se afincó en Córdoba, donde vive desde entonces. Estudió Psicología en Granada y abrió consulta en la ciudad de la Mezquita en 1997. Fue en ese tiempo cuando conectó con colegas estadounidenses, quienes le anticiparon la cascada de estudios que ya en Norteamérica sistematizaron el también llamado síndrome de interferencia parental . «Aquí estábamos todavía quitándonos la caspa de otra cultura», declara.

«La separación es trágica porque hay una herida narcisista. Y es útil buscar un chivo expiatorio»

Al año siguiente de la publicación de su trabajo sobre el SAP, editó un nuevo libro sobre custodia compartida. La obra abrió nuevos caminos de análisis de un modelo que empezaba a consolidarse en España. Tanto que el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid fichó a Aguilar Cuenca como asesor en la materia. Es autor de dos guías para padres, ha impartido cursos en Colombia, México, Alemania y Portugal , y ha sido docente de la Universidad Pablo de Olavide, Granada, Alicante, y las escuelas de verano de El Escorial y de la Autónoma de Madrid. La entrevista tiene lugar en su consulta del Vial Norte. Tomamos asiento y entramos en materia.

-Dos niños ahogados y carbonizados en Getafe. El parricida se suicida en las vías del tren. ¿Cuál es su diagnóstico como psicólogo forense?

-No conozco el asunto. Las opiniones tienen que tener una base. Lo primero es que se trata de una tragedia humana. Se han perdido dos vidas inocentes y la de otro señor. Lo que demuestra que como sociedad hemos fallado.

-¿Y qué puede hacer la sociedad para evitar tragedias como esta?

-¿Este señor por qué no ha recibido apoyo? ¿Qué pasa con el servicio de protección de menores? ¿Cómo nadie se ha dado cuenta? La sociedad es una gran red que amortigua. En la crisis se ha visto claramente cómo los países del marco latino, que tenían una red social, ha tenido menos repercusión. En el ámbito anglosajón y norte de Europa las consecuencias a nivel de salud mental han sido mucho más severas.

-Más de 30 niños muertos desde 2010 a consecuencia de la violencia machista. ¿Qué está pasando?

-Tenemos un problema que no estamos resolviendo. No se puede basar todo en el castigo y los instrumentos que tenemos no son adecuados. Desde la Ley contra la Violencia de Género de 2004 tenemos un «background» suficiente. Hay un problema también severísimo de violencia filoparental. De los hijos a los padres. Hemos pasado de hablar de niños tiranos a niños violentos que agreden a la madre.

-¿La violencia machista es una patología o una cultura?

-Hay gente que tiene base violenta y luego hay valores culturales. Son los dos. ¿En qué porcentaje? No lo sabemos. Será variable según el caso. Hay que intervenir de forma global.

-¿Y por dónde empezamos?

-Por el divorcio. Ningún código civil va a solucionar el problema emocional. Y el divorcio es un problema emocional. Luego se hablará de cómo se separan las cuentas o quién se queda con el piso. Otra cuestión: los tiempos. No se puede estar esperando un informe psicosocial que tarda un año. En ese tiempo un niño es ya otra persona. ¿Y mientras tanto no ve a su papá? ¿No ve a su mamá?

-¿Por qué la separación es una experiencia trágica?

-Porque hay una herida narcisista: me abandonas, me has puesto los cuernos, me has roto mi proyecto vital. Y no se asume que hay una responsabilidad de dos. Es más útil encontrar un chivo expiatorio. El chivo expiatorio ha hecho evolucionar al ser humano: cuando no han sido los judíos, han sido los negros y, cuando no, los cristianos o los musulmanes. Los hijos no son propiedad de nadie y se usan como arma arrojadiza. Usted no puede hacer eso con un ser humano.

-¿La custodia compartida es la medicina que todo lo cura?

-No. Es un gran avance. Por debajo de 30 años la brecha de género es apenas inexistente. Y empieza a crecer exponencialmente cuando llegan los hijos. Eso son datos estadísticos. Antes nos soltaban a las cinco en la calle y estábamos toda la tarde en el paraíso. Y ahora ya no puede ser eso.

«La custodia compartida es un gran avance, una forma de decir que los niños son responsabilidad de dos»

-¿Por qué?

-Porque los entornos urbanos ya no son tan amables. Lo primero, la multitud de coches.

-¿La amputación de la calle es determinante en el desarrollo de un niño?

-Le hemos dado a cambio sitios cerrados. Centros comerciales, pantallas.

-¿Y sin calle podemos crecer?

-Lo que no podemos crecer es sin interacción. Los llamados «juegos de regla» (rescate, policías y ladrones, pañuelito) son un reflejo infantil de algo que harás de adulto. Se está deteriorando la interacción social. La Ciudad de los Niños aquí es un sitio fantástico para interaccionar.

-La custodia compartida representa el 28%; la exclusiva de la mujer, el 66%; y la del hombre, el 5%. ¿Qué números hay que corregir?

-En el 86 se establece el primer estándar de custodia compartida en Suecia. Y ya estamos aquí en los niveles de Suecia. Esto es un avance. Una manera de decir que los niños son responsabilidad de dos progenitores. Y no hay ningún cromosoma que diga que uno tiene que poner las lavadoras. No te puedes escaquear.

«Los niños pasan de arma arrojadiza a infantería. Tienen la cabeza comida y no quieren ver a uno de los dos»

-¿Cuando el amor sale por la puerta, ¿qué patología entra por la ventana?

-Cuando la herida narcisista de que me has abandonado, cuando has roto mi proyecto vital o me has sido infiel, viene el pensamiento obsesivo rumiante. ¿Y por qué se prolonga tanto? Porque resulta muy útil tener a alguien a quien culpar. ¿El niño suspende? La culpa es de su padre. ¿Que te has separado? Yo te voy a acompañar en el duelo. Y, a partir de cierto momento, no más.

-Hay gente que se agarra el duelo.

-Absolutamente. Es muy útil. Y hemos generado en esta sociedad una cultura de la víctima. Dale una caña y que se ponga a pescar.

-¿De qué es síntoma el SAP?

-Del uso instrumental del ser humano como arma arrojadiza. Generar miedo. Que le tema a su mamá o a su papá. Ahora el mayor porcentaje de progenitores alienados son mamás. Antes eran papás porque eran ellas las que tenían la custodia. Atiendo a una o dos mujeres al día: mamás que no ven a sus hijos.

-En su decálogo sobre la ruptura de pareja, se lee lo siguiente: «Siempre es mejor llegar a acuerdos». ¿Le hacen caso?

-Hay una generación por encima de los 55 que entendía que el papá paga y una vez al mes coge a los niños. La segunda generación hasta los treinta y pico es la que ha hecho la revolución de la custodia compartida. La siguiente ya no se plantea la custodia compartida, sino qué tipo de custodia compartida vamos a hacer. El cambio cultural está ahí.

-¿Cuál es el síndrome de un hijo de divorciados?

-Cuando hablamos de casos de altísimo conflicto, que es lo que yo trabajo, se les queda de la infancia una nube de confusión. No saben qué fue verdad. Qué pasó y qué no pasó. ¿Fue verdad o me lo indujo uno de los progenitores? Y pasan de arma arrojadiza a infantería. Tienen la cabeza comida y ya no quieren ver a su madre de motu propio. Y se sienten luego doblemente culpables

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