
¿Qué más tiene que pasar para que el padre de los hijos de
Juana Rivas pueda recuperarlos?
Por Juan Carlos López Medina
Han pasado años, sentencias, recursos, informes técnicos, dictámenes judiciales en dos países distintos y una cadena interminable de decisiones que dan la razón una y otra vez al padre. Sin embargo, los hijos siguen lejos de él, atrapados en un escenario de manipulación, victimismo mediático y una burda utilización política que insulta la inteligencia del ciudadano medio y pisotea la justicia más elemental.
¿Qué tiene que hacer ese hombre? ¿Morir en la puerta de un juzgado para que alguien se atreva a decir que también tenía derechos?
El caso Juana Rivas ha superado hace tiempo los límites del disparate judicial. Lo que comenzó como un conflicto familiar terminó convertido en una especie de reality show ideológico, en el que la protagonista no era una madre protectora, sino una secuestradora reincidente, condenada por sustracción de menores, con sentencias firmes en España y en Italia. Y aun así, aquí seguimos, viendo cómo se le aplaude, se le justifica, se le subvenciona y se le protege.
No se puede seguir hablando de igualdad en este país cuando un hombre, a pesar de tener todas las sentencias a favor, debe seguir suplicando para ejercer algo tan básico como ser padre. Cuando las instituciones, lejos de ayudarle, parecen dedicarse a boicotear su vínculo con sus propios hijos, simplemente porque no encaja en la narrativa oficial del “padre malo”.
Uno de esos hijos ha llegado a decir que «quiere matar a su padre». Y no hay más que rascar un poco para intuir lo que hay detrás: años de intoxicación emocional, de guerra psicológica, de una visión distorsionada del otro progenitor. ¿Cómo es posible que un Estado que presume de proteger a los menores permita que uno de ellos crezca en medio de esta tormenta emocional sin que nadie actúe con la firmeza que exige el caso?
La pregunta es simple:
¿Qué más necesita este hombre para recuperar a sus hijos?
No basta con que haya cumplido con la ley. No basta con que haya ganado en los tribunales. No basta con que se haya mantenido firme en su voluntad de seguir siendo padre pese a todo. A este padre le han pedido algo que jamás le pedirían a una madre en circunstancias similares: sacrificio, paciencia infinita y silencio. Le han exigido desaparecer, esperar, resignarse. ¿Hasta cuándo?
Y peor aún: ¿cómo hemos llegado a una situación en la que un Gobierno —o varios— se implican de forma indirecta para respaldar la imagen pública de una madre condenada, mientras se machaca sin pudor al padre que ha cumplido la ley? ¿Acaso hay ya ciudadanos de primera y de segunda también en lo que respecta a la crianza?
Este caso no es una anécdota. Es un síntoma. Lo que ocurre aquí no es sólo una cuestión individual. Es un reflejo de un sistema que ha hecho de la ideología de género una palanca para legitimar la desigualdad bajo el disfraz de justicia social. Un sistema que ha olvidado a los hombres, que ha borrado a los padres, y que ha convertido la paternidad en un privilegio contingente, cuando debería ser un derecho inviolable.
Los hombres en este país hemos sido convertidos en sospechosos por defecto. Y hoy digo basta.
Es el momento de unirnos, de dejar de suplicar y empezar a exigir. Exigir que nuestros derechos como padres, como hombres y como ciudadanos, sean respetados. Exigir que los menores no sean utilizados como armas emocionales, ni como rehenes de un relato mediático.
Y es hora de dar el salto internacional. Anuncio públicamente la necesidad de organizar una denuncia colectiva ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya, por la violación sistemática de los derechos de los hombres y de los menores en procesos de separación y custodia. Porque esto ya no es justicia: es una forma de violencia institucional encubierta.
También exijo a los medios de comunicación que no hablen en mi nombre. Que no digan “los hombres entienden”, “los hombres apoyan”, “los hombres callan”.
Yo no callo. Yo denuncio.
No me representan sus titulares sesgados ni sus tertulianos de plató. Yo represento a miles de padres silenciados, ridiculizados, infantilizados o simplemente borrados del mapa emocional de sus hijos.
Porque esto no va solo de Juana Rivas. Esto va de todos los que hemos sido tratados como delincuentes por el mero hecho de querer seguir ejerciendo la paternidad. Esto va de un país que está perdiendo el rumbo en nombre de una ideología.
Esto va de una vergüenza nacional.
Y no pienso seguir tragando.

